(IV de XX) Arlette Fernández: avanzando hacia la juventud, bachillerato e internado en Santiago.
Por Roberto Veras
SANTO DOMINGO, RD.-
La mudanza a Santiago para continuar sus estudios significó un antes y un después en la vida de Arlette. Era la primera vez que se alejaba por tanto tiempo de su hogar en Cenoví, lo que le generaba una mezcla de emoción y nostalgia. Sin embargo, desde el primer día asumió aquel reto con la misma entereza con que enfrentaba todo en su vida. La ciudad le ofreció un entorno distinto: calles bulliciosas, colegios con mayor exigencia académica y un ambiente social donde se respiraban aires de modernidad. Lejos de intimidarse, Arlette se adaptó con rapidez, sabiendo que esa oportunidad era clave para su futuro.
El internado le enseñó disciplina y autonomía. Aprendió a organizar sus horarios, a valerse por sí misma y a convivir con compañeras de diferentes orígenes, con quienes compartió experiencias que la marcarían para siempre. Ese ambiente de diversidad reforzó su capacidad de tolerancia y la hizo más consciente de la riqueza de la pluralidad. La convivencia no siempre era fácil, pero Arlette se ganó el respeto y la admiración de todas. Su carácter firme, su serenidad ante los problemas y su disposición a escuchar la convirtieron en una figura de referencia. Muchas de sus compañeras la buscaban para confiarle inquietudes o pedirle consejo.
En el plano académico, su desempeño fue impecable. Destacaba en materias de ciencias y humanidades por igual, demostrando una mente versátil y abierta. Los maestros la señalaban como un ejemplo de disciplina y compromiso, augurándole un porvenir brillante. Arlette no se limitaba a estudiar: también se involucraba en actividades culturales, literarias y sociales. Participaba en grupos de debate, asistía a veladas artísticas y encontraba en la música y la poesía un refugio para las nostalgias de su tierra natal.
La correspondencia con su familia era constante. Cada carta que enviaba reflejaba su madurez creciente y el amor inquebrantable que sentía por sus padres y hermanos. Esas cartas eran leídas en Cenoví como verdaderas joyas de ternura y sabiduría juvenil. El contacto con el mundo urbano de Santiago amplió sus horizontes. Conoció personas con ideas progresistas, escuchó discusiones políticas y empezó a comprender mejor las dinámicas sociales del país. Esa exposición temprana la hizo más crítica, pero también más consciente de la responsabilidad que tenía la juventud en la construcción del porvenir.
Aunque estaba lejos, nunca perdió su esencia cibaeña. Conservaba la sencillez de su trato, la cercanía con los demás y el apego a sus raíces. Para ella, el progreso no significaba renunciar a su origen, sino fortalecerlo con nuevas experiencias. Los años de bachillerato consolidaron su identidad. Llegó a la mayoría de edad con una claridad admirable sobre sus metas y sobre la importancia de vivir con integridad. Era evidente que estaba destinada a desempeñar un papel significativo en la sociedad, aunque todavía no podía prever la magnitud de ese destino.