A los compañeros de Sánchez los fusilaron a palos y machetazos
Roberto Valenzuela
Si no se escogió la fecha del amotinamiento de San Francisco, el levantamiento revolucionario liderado por José Contreras, entonces la fecha para conmemorar la Guerra de la Restauración debió ser el levantamiento dirigido por el patricio Francisco del Rosario Sánchez en el Cercado, San Juan de la Maguana.
Al igual que José Contreras, Sánchez fue precursor del movimiento restaurador: el 1 de junio de 1861 (tres meses y medio después de consumada la anexión a España) entró a territorio dominicano procedente de Haití, tratando de preservar la República. Su incursión militar fracasó, pero su heroísmo conquistó para la causa a Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Pepillo Salcedo, Santiago (Chago) Rodríguez, Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel y a los demás combatientes. Fue herido, apresado y fusilado por orden del general Pedro Santana el 4 de julio siguiente, junto a los revolucionarios que la historia bautizó como “Los Mártires del Cercado”.
Tiene el mérito no solo de pelear en la Guerra de Independencia, de 1844, sino que mientras muchos de sus compañeros jefes militares firmaban el acta de adhesión a España, él fue previsor: advertía que era un error porque todo lo que España prometía a los dominicanos para salir de la calamidad económica no lo iba a cumplir.
Y así fue, palabras proféticas: lo que se hizo de manera voluntaria, porque, según el historiador Emilio Cordero Michel (en su libro Ensayos II), la mayoría de los líderes militares estaban con la anexión, después hubo que hacer una guerra para deshacer el acuerdo con España.
Su buena estrella brilla en el firmamento, ya que cuando se veía que todo estaba perdido en el frente de batalla, un combatiente le llevó a Sánchez un caballo para que escapara del lugar. Él, aunque mal herido, se negó a huir del lugar y pidió que el caballo fuese dado a Juan Pablo Pina, según narra, en una charla en la Academia de la Historia, mi profesor, el historiador Roque Zabala.
No quiso abandonar a sus compañeros presos, heridos, pues estaban ahí, luchando para restaurar la Independencia porque él los convocó con su liderazgo sin igual.
Zabala narra que el fusilamiento de los revolucionarios fue una verdadera carnicería: parece que se acabaron las balas del pelotón y entonces los mataban a machetazos y palos. Un soldado español, pasmado con la bestialidad de los soldados santanistas, gritó: “¡en España no fusilamos así!…”, relata Zabala.
“Muero con mi obra”
Para que veamos el ejemplo de Sánchez, a continuación, su discurso un día antes del fusilamiento, el cual contiene la defensa que hiciera de sí mismo. Se echó toda la culpa, tratando de salvar la vida a sus compañeros.
Magistrado presidente:
Sé que todo está escrito. Desde este momento seré yo el abogado de mi causa. Usted, Domingo Lazala, designado para juez de mi causa, pretende en vano humillarme. Lamento tener que recordarle en público que yo fui su abogado defensor ante los tribunales de Santo Domingo y lo saqué absuelto cuando estuvo usted acusado como presunto autor de asesinato de uno de sus parientes del Cibao.
Cuando una facción se levanta contra cualquier orden de gobierno establecido, es deber de ese gobierno acercarse a esa facción hasta indagar el porqué de su protesta. Si esta tiene fundamento legítimo, se debe atender sus razones y, cuando no, castigar con arreglo a derecho a los facciones. Yo vengo al país con el propósito firme de preguntar a quien deba si ha consultado el querer de los dominicanos para anexar la Patria a una nación extraña.
¿Con qué leyes se me habrá de juzgar? ¿Con las españolas que no han comenzado a regir, pues el protocolo establece un interregno de meses para que comiencen a regir las leyes del Reino, o con las dominicanas, que me mandan a sostener la independencia y soberanía de la Patria? ¿En virtud de qué ley se nos acusa? ¿Amparándose en cuál ley se pide para nosotros la pena de muerte? ¿Invocándose ley dominicana? Imposible. La ley dominicana no puede condenar a quienes no han cometido otro crimen que no sea el de querer conservar la República Dominicana.
¿Invocando la ley española? No tenéis derecho para ello. Vosotros soy oficiales del ejército dominicano. ¿Dónde está el código español en virtud del cual se nos condenarais? ¿Es posible admitir que en el Código Penal Español haya un artículo por el cual los hombres que defienden la independencia de su país deben ser condenados a muerte?
Pero veo que el señor fiscal pide para estos hombres lo mismo que para mí, la pena capital. Si hay un culpable, el único soy yo. Estos hombres vinieron porque yo los conquisté. Si ha de haber una víctima, que sea yo sólo… Yo fui quien les dije que debían cumplir con el deber de defender la independencia dominicana, para que no fuera robada. De modo, pues, que si hay una sentencia de muerte, que sea contra mi sólo.
He echado por tierra vuestra acusación, fiscal. Para enarbolar el pabellón dominicano fue necesario derramar la sangre de los Sánchez; para arriarla se necesita de los Sánchez. Puesto que está resuelto mi destino, que se cumpla. Yo imploro la clemencia del Cielo e imploro la clemencia de esa excelsa Primera Reina de las Españas, Doña Isabel II, en favor de estos mártires de la Patria… para mí, nada; yo muero con mi obra. Este documento fue suministrado por el Archivo General de la Nación (AGN).